Como estudiante, nunca fui la típica empollona ni sacaba las mejores notas. Siempre me salvaba por mi excelente memoria. Más bien era muy creativa, risueña, de escandalosa risa y me aburria en clase.

Desde un punto de vista emocional y existencial, nunca le vi demasiado sentido ni utilidad a la “educación” reglada. Una educación que desalentaba el aprendizaje y fomentaba el conformismo y la obediencia. Y, especialmente, imposibilitaba desarrollar nuestra creatividad.

Tras ir superando curso tras curso, no tenía ni idea de que quería ni que tenía que estudiar. Por el mero hecho de pensarlo me invadía la duda e inseguridad. Me sentía en un abismo donde no encontraba el letrero de OFRECEMOS AYUDA.

De un impulso decidí tomar las riendas de mi vida y empezar a resolver estas cuestiones por mi misma. Comencé mi vida laboral y a la vez un proceso de autoconocimiento proyectando lo que un día necesité.